Se ha vuelto un asunto controvertido la certificación del mezcal, que tiene como objetivo asegurar la autenticidad y la calidad. Para algunos, es una salvaguarda imprescindible; para otros, es una barrera que amenaza costumbres antiguas.
El cumplimiento de estrictas regulaciones de producción y embotellado es parte del proceso de certificación. El Consejo Regulador del Mezcal, según Daniel Peña, “garantiza que lo que compra el consumidor es mezcal genuino”.
No obstante, la certificación sigue siendo un sueño lejano para pequeños productores como Doña Josefina, de un pueblo lejano de Sonora. “Hemos producido mezcal durante generaciones, pero los costos de certificación no nos alcanzan”, lamenta.
Un mercado dividido ha resultado de la situación: mezcales certificados que pueden ser vendidos legalmente como tal, y productos tradicionales que deben ser vendidos bajo otros nombres.
La certificación está estandarizando un producto que, por naturaleza, debería ser diverso, según algunos. Cada maestro mezcalero y cada palenque posee una personalidad distintiva. El antropólogo Luis Martínez cree que la certificación puede uniformizar eso.
¿Cómo salvaguardar la denominación del mezcal sin excluir a aquellos que han mantenido esta costumbre durante siglos? Un sistema más inclusivo que reconozca tanto la diversidad como la calidad del mezcal podría ser la respuesta.
Continuemos la discusión con un buen mezcal,
¡Salud hermanos!